Hay lugares donde el paisaje y la historia parecen destinados al goce personal, enclaves en lo que todo conserva la referencia a otro tiempo y donde las sensaciones se mezclan con la tierra para proporcionarle su verdadera identidad. Son lugares especiales, únicos, diferentes… Sin lugar a dudas la comarca berciana es uno de esos lugares donde existe una encrucijada de caminos de peregrinación y un mestizaje cultural aglutinando paisaje, legado histórico, arte, costumbres y folklore para hacer de su conjunto un universo de posibilidades.
El Bierzo es tierra hospitalaria y generosa de naturaleza exuberante que, con facilidad, atrapa los sentidos del visitante. Territorio de ermitaños, monjes, castillos, caballeros templarios, monasterios, leyendas y suculentas viandas, es también cruce de caminos surcados desde hace siglos por quienes persiguen el sueño de llegar a Santiago de Compostela en impenitente peregrinación.
La comarca berciana desprende aires jacobeos por los cuatro costados y cuatro son las rutas que, con un único fin, confluyen en el vergel más occidental de la provincia leonesa. Aunque cada uno con un origen propio y con itinerarios que compiten en belleza y personalidad, todos son custodios de buena parte de la esencia cultural berciana y legua a legua regalan hermosas estampas en rincones que se suceden como si de un ejercicio de realismo mágico se tratase.
Dice la tradición, “que de allá de donde salgas para Santiago, llévate una piedra y deposítala en la Cruz de Ferro. Te dará buena suerte para el resto del camino”. Este hito del Camino, uno de los más simbólicos, situado en lo alto del puerto de Foncebadón, es la puerta de entrada de la ruta en tierras bercianas.
A partir de aquí la senda desciende sin tregua como queriendo acelerarnos el paso para acortar el tiempo que nos separa de las maravillas que nos esperan. Con el espectáculo visual que dibuja el mágico y mítico monte Teleno a nuestra espalda, el vertiginoso valle de Compludo con sus secretos y tesoros a nuestra izquierda y la desafiante silueta de los montes Aquilanos recortando el cielo de poniente, se abre ante nuestros ojos la inmensa panorámica de la olla berciana perfilada en su extremo norte por la sierra de Ancares.
Paso a paso vamos dejando atrás el paisaje de alta montaña y los robles y los castaños se van convirtiendo en compañeros del “viaje” que nos llevará hasta Ponferrada. Pero antes de llegar a la capital será inevitable hacer un alto reconfortante en la aldea de El Acebo y admirar su arquitectura típicamente berciana al olor de un buen “café de puchero”. Unos kilómetros más abajo, después de un recodo del camino, la silueta del caserío de Molinaseca nos invita a cruzar su puente románico y recorrer su calle Real como tantos y tantos peregrinos lo han hecho desde hace mil años. Localidad íntimamente ligada al Camino de Santiago, su riqueza patrimonial y gastronómica la convierten en punto de referencia y parada obligada.
Nuestro caminar discurre ya por el lecho de este inmenso valle y la senda se abre paso entre frondosas huertas y viñedos hasta llegar a Ponferrada. Ciudad templaría por definición, despliega su máxima monumentalidad con la imponente silueta del castillo de los Templarios, una de las más impresionantes construcciones militares, cuyos orígenes se sitúan en el siglo XIII y que en la actualidad alberga el Templum Libri, una magnífica muestra de algunos de los libros más bellos de la historia que hasta hace muy poco tiempo han permanecido ocultos y custodiados en colecciones privadas, bibliotecas, universidades, monasterios y museos. La Basílica de Nuestra Señora de la Encina, la Torre del Reloj, el Convento de las Concepcionistas y el Ayuntamiento conforman el plantel arquitectónico más representativo de la capital berciana, sin olvidar la joya mozárabe de Santo Tomás de las Ollas o el Museo de la Energía, donde se mantiene vivo el recuerdo de la actividad minera tan ligada a esta tierra desde siempre.
Si el peregrinar coincide en Ponferrada en Semana Santa siempre se puede hacer un alto mayor y disfrutar de su programa procesional. Declarada de Interés Turístico Nacional, sus orígenes se remontan al s. XV y hoy conserva todo su fervor y peculiaridades como el Nazareno Lambrión Chupacandiles, personaje que a golpe de campanilla anuncia la proximidad de la Semana Santa.
Atrás queda ya la legendaria capital templaría y nuestros pasos siguen inquietos la senda entre cerezos, manzanos, perales y, como no podía ser de otra manera, bellísimos viñedos de mencía, la variedad autóctona que da vida a los excelentes caldos de la D.O. Bierzo, pues nos espera el monasterio de Santa María de Carracedo. Fundado en el año 990, este monasterio benedictino extendió sus dominios por todo León, Asturias y Galicia y entre sus muros hubo hospedería, hospital y hasta cárcel. Hoy alberga un museo sobre sus orígenes y sala de exposiciones temporales.
Salvamos la barrera natural del río Cúa en la localidad de Cacabelos, por cuyas calles se suceden constantes referencias jacobeas entre testimonios arquitectónicos que rememoran su importancia histórica, antes de orientar nuestros pasos entre bucólicas estampas de viñedos y cerezos hacia la genuina Villafranca del Bierzo. Villa con una arraigada tradición jacobea, sus orígenes nos transportan al año 1070 con el asentimiento de comunidades de monjes clunicienses que levantaron un monasterio en el lugar donde hoy se encuentra la Colegiata de Santa María de Cluniaco. Cuando el peregrino es recibido por la sencilla y hermosa iglesia de Santiago, y su reconocida Puerta del Perdón, única junto con la de la Catedral de Santiago en la que se puede obtener la “compostela” si la salud no permite culminar la peregrinación, nuestra respiración se calma y una sensación de serenidad nos invade. Estos mil años de historia han dejado su huella en un generoso y variado patrimonio que se ve representado en construcciones como la iglesia de San Francisco que posee el artesonado mudéjar más grande del noroeste español, la propia colegiata, construcciones civiles como el castillo de los Marqueses de Villafranca o el Palacio de los Duques de Arganza y diversos monasterios y conventos como el de San Nicolás el Real.
El conjunto urbano es una hermosa sucesión de calles, plazas e innumerables y sugerentes rincones que ponen de manifiesto el carácter medieval de la villa del Burbia que tiene su máximo exponente en la famosa “Calle del Agua”, lugar de paso de los peregrinos que se dirigen a Santiago y que, en sí misma, es un museo de heráldica al aire libre, así como una importante muestra de arquitectura barroca civil y religiosa.
Cruzando el puente medieval que separa el casco histórico villafranquino del popular barrio de Tejedores, el camino inicia los últimos tramos antes de entregar al peregrino a tierras gallegas. Pero antes habrá que recorrer las veredas del río Valcarce bajo la atenta y protectora mirada del castillo de Sarracín que, desde su atalaya natural, ha sido testigo del íntimo caminar de peregrinos llegados de todos los rincones del mundo desde hace siglos.
Son las aldeas de Las Herrerías, La Faba y La Laguna, clavadas en un escenario natural de increíble belleza, quienes dan ánimo y aliento al caminante para vencer el último y vertiginoso desnivel en tierras leonesas.
Posiblemente ésta sea una de las rutas más antiguas de cuantas discurren por nuestra geografía y, pese a caer en desuso, nunca fue olvidado del todo.
Su nacimiento hay que buscarlo en el País Vasco, fundiéndose en la berciana localidad de Villafranca del Bierzo con el Camino Francés, después de compartir en su recorrido la magia de unos paisajes únicos.
Esta legendaria ruta entra en El Bierzo desde la también comarca leonesa de Omaña, sorteando la imponente silueta del monte Catoute, por la Campa de Santiago, allí donde nace el río Boeza.
A medida que se avanza el aire se torna brisa serena hasta llegar a Colinas del Campo de Martín Moro Toledano, el pueblo con el nombre más largo de España. Declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Conjunto Histórico, es un magistral catálogo de arquitectura tradicional y recorrer sus calles es un permanente estímulo para los sentidos, pues conserva magníficas muestras de valor etnográfico incalculable.
Dejando atrás este museo al aire libre, la ruta se encamina por un escenario natural cambiante en cada época del año, pues su generosidad hace que aquí encuentren su hábitat perfecto cientos de especies vegetales, hasta llegar a las inmediaciones del pantano de Barcena, después de atravesar las localidades de Igúeña, Quintana de Fuseros, Cabanillas de San Justo, San Justo de Cabanillas, Labaniego, Arlanza, Losada, Rodanillo, Cobrana y Congosto. Desde aquí se hace necesario bordear el embalse, renunciando a la visita de las aldeas que quedaron sumergidas a mediados del siglo pasado.
Pocos kilómetros quedan ya para alcanzar el Camino Francés, pero la belleza de lo recorrido, el calor de las gentes que nos hemos encontrado y la sensación de serenidad vivida nos dejarán una profunda huella en el corazón al sentirnos protagonistas del renacer de un camino genuino.
Como su nombre indica, se trata de la ruta seguida e iniciada por los peregrinos medievales para evitar el sufrimiento de la crudeza invernal que significaba llegar a O Cebreiro por el Camino Francés.
Partiendo desde Ponferrada y siguiendo la margen izquierda del río Sil, lo que garantizaba un clima más benigno, la senda discurre entre bosques de castaños, cerezos y bosques de ribera que tapizan la tierra con generosidad sobrecogedora. Y de pronto, después de dejar atrás localidades como Toral de Merayo, Priaranza o Santalla del Bierzo en las que siempre es bien recibido el peregrino o el viajero, por encina de las copas de los árboles, sobre una atalaya natural y con aspecto de estar colgado de una potente barranco, la silueta del castillo de Cornatel nos recuerda que ésta siempre fue tierra de paso y que él siempre ha estado ahí vigilante. La que fuera la segunda fortaleza templaría en orden de importancia, detrás de la de Ponferrada, posiblemente deba su origen a una anterior cuya misión fue la de proteger la cercana explotación minera de oro en tiempos de los romanos: Las Médulas.
Actualmente sigue conservando ese misterioso magnetismo por el que jamás pasa desapercibido, además de levantarse en medio de un paisaje de belleza extrema.
Continuamos el camino a través de la localidad de Borrenes con el “punto de fuga” ya puesto en Las Médulas, sin duda alguna un hito de la historiografía minera.
“…Y el monte fragmentado cae por sí mismo con más estruendo del que la mente humana puede concebir”. Así describió Plinio el Viejo en su “Naturalis Hispaniae” una de las fases del proceso de extracción del oro en la época romana de los albores de nuestra era. Esta técnica, empleada en Las Médulas, el más colosal reto de explotación aurífera imperial y definida como “ruina montium”, consistía en la acción depredadora del hombre para destruir la montaña en busca del preciado metal.
El espectáculo que hoy podemos contemplar, dos mil años después, es un paisaje sorprendente y cautivador que roza la irrealidad con grandes barrancos arcillosos, largas y oscuras galerías y agujas de tierra erosionadas que emergen del verdor exuberante de las copas de los castaños, robles y genistas.
Desde el mirador de Orellán la panorámica es sobrecogedora. Extrañas sensaciones asaltan nuestros corazones, mientras despiertan los sentidos disparando la imaginación hacia otros tiempos. Resulta muy difícil desviar la mirada cuando los ojos se nos quedan clavados en cada rojizo picacho o en cada vaguada tapizada de un manto verde de castaños centenarios que resalta más aún la grandiosidad de un paraje que, con todo merecimiento, es Patrimonio de la Humanidad.
Así son Las Médulas, unas ruinas de la propia naturaleza formadas por el hombre que con cada amanecer despiertan aún más bellas y sugerentes, con el embrujo y la magia capaz de hechizar el corazón y la memoria de todo aquel que tenga la osadía de descubrir sus secretos.
Poco a poco nuestros pasos se encaminan a la última localidad leonesa, Puente Domingo Florez, después de contemplar el lago de Carucedo a la vez que nuestra imaginación rememora alguna de sus leyendas.
Camino del Manzanal
Esta ruta, variante del Camino Francés entre Astorga y Ponferrada, ofrece un recorrido algo más largo, pero con menores cotas de altitud, por lo que resulta interesante, además de por su riqueza histórica y paisajística.
Una vez alcanzada la localidad de Manzanal del Puerto aguarda la primera sorpresa. El monasterio de San Juan de Montealegre, fundado en el año 945 junto a la calzada romana Vía Nova. Tras la Desamortización de Mendizábal el cenobio entra en un paulatino e inexorable deterioro, a pesar del cual conserva su personalidad. Afortunadamente se han iniciado algunas labores de consolidación con el fin de evitar su total desaparición.
A partir de aquí el camino hacia las localidades de Torre del Bierzo y Folgoso de la Ribera se convierte en un recorrido intimista, silencioso y placentero por un escenario natural rico en matices, formas y colores que aún hoy dejan ver algunos restos de la ya desaparecida actividad minera.
Bembibre y su rico patrimonio histórico es punto de referencia de esta ruta y un buen lugar para reponer fuerzas, antes de continuar hacia San Miguel de las Dueñas y su monasterio cisterciense del s. X, que bien se merecen una pausada visita. Entre sus muros atesora mil años de historia y un magnífico patrimonio artístico.